domingo, 23 de octubre de 2011

Hold my hand.

Un niño de corta edad se encuentra en la frontera que enfrenta a dos naciones. A su alrededor sólo hay una nube de destrucción y los ecos de las pisadas de los que un día pisaron fuerte para vencer y la suerte no estuvo de su lado. En una palabra, caos. Sus pupilas que podían decirlo todo, ahora enmudecen. No sabe expresar de manera lógica lo que sucede en ese mundo de adultos completamente roto. Ve cómo la vida de una humilde persona se reduce a la bala de una pistola y que cuando aprietan el gatillo tienes unos malditos segundos para recopilar todo aquello que quieres que perdure más allá de tu muerte, un golpe seco. No entiende por qué tiene que estar solo en el mundo, por qué un conflicto político a tenido que acabar con sus superhéroes, su familia. De sus ojos no brota ni una indefensa lágrima.
Observa al otro lado a un niño de más o menos su edad, de apariencia más o menos similar a la suya y con la mirada cansada. Le mira curioso y él le responde la mirada. No puede pronunciar palabra. Probablemente si le descubre su bando, le dispararán, así que sólo lo observa. Tiene mucho que decirle. Tiene muchas voces en su interior que pujan por distorsionarse a la vez. Probablemente conversaría con él del tiempo, de lo poco que sabe de política y de sus juegos parecidos, en verdad no tendría mucho que contarle. El niño estaba cavilando en lo mismo, sus expresión lo demostraba. Ambos se levantaron al tiempo. Es el espejo de la guerra, el que está al otro lado probablemente sea alguien como tú, o tu mismo.


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